Un año antes del gran temblor que partió a la Ciudad de México nació La Jornada. Seis meses después el maestro Miguel Ángel Granados Chapa y el escritor Héctor Aguilar Camín coincidieron en hacer un gran evento de periodistas, intelectuales y escritores.
Se logró gracias a la Universidad de Puebla. Se llamo
“Jornada de la Comunicación”. Manuel Altamira, el mejor reportero de La Jornada,
ya fallecido, y su servidor fuimos los encargados de la logística y la
organización.
El plato principal del menú era Eduardo Galeano. Él cerraba
el evento. Éramos encargados de buscar a Galeano en el aeropuerto en la Ciudad
de México.
Como chiapaneco no sabía que cuando vas al aeropuerto y no te
conocen debes hacer un cartelito que diga algo así: “Sos vos Eduardo” o “Yo soy
Juan”.
Llego Eduardo Galeano. No paso más de cinco minutos, nos
vimos cara a cara. Maestro soy –nunca le dije que era Juan Balboa- de La
Jornada. Soy el que lo llevará a su hotel.
Hombre sencillo, humilde y sabio. Se subió a un carro
destartalado de aquella Jornada. Ni siquiera se había sentado cuando nos
pregunta: “¿Está muy lejos el periódico del hotel?”.
Le respondió Manuel Altamira: “No, está muy cerca”. Era el
hotel Regis, sí el que se derrumbó un año después que nació La Jornada. ¿Me
pueden llevar al periódico? Pidió como una súplica. Eran las cinco de la mañana.
Manuel Altamira le pregunto una y otra vez. ¿Maestro, son las
cinco de la mañana”? ¿”Usted quiere ir al periódico”?
La respuesta fue contundente: “Sí”.
El viaje fue largo. Nunca dudo. “Sí, quiero ir al periódico”. Vire el carro destartalado hacia la calle Balderas. Bajamos.
Los compañeros de circulación nos veían como locos o
borrachos. No sabían quién era el tipo raro que nos acompañaba. Nos saludaban,
querían preguntar. No se atrevían. Tenían mucho respeto a Manuel y al que
escribe.
Eduardo Galeano subió una escalera del siglo 19. Era un edificio
colonial, aún existe. Y vio una redacción abandonada, las cuartillas tiradas y
mucha basura.
Eran máquinas manuales. Había cuartilla por todas partes. Una
entrada que no le gusto algún reportero.
Otro no sabía cómo entrarle. El maestro Galeano le pidió a Manuel Altamira un
periódico del día, “de hoy”, dijo.
Manuel bajó hablar con los compañeros de circulación para
solicitarle un periódico que estaba en circulación. En broma le preguntaron si
haría el trabajo de ellos. Se lo dieron.
Manuel se lo llevo a Eduardo Galeano en una redacción de caos, lúgubre.
Le agradeció a Manuel. Tomo el periódico. Se lo llevo a su
nariz. Aspiro, aspiro, aspiro. Dijo: “¡Esto es periodismo!”. Nos quedamos
viendo con Manuel Altamira.
Bajamos las mismas escaleras y lo llevamos al hotel Regis.
Un año antes del gran temblor que partió a la Ciudad de
México nació La Jornada. Seis meses después el maestro Miguel Ángel Granados
Chapa y el escritor Héctor Aguilar Camín coincidieron en hacer un gran evento
de periodistas, intelectuales y escritores.
Se logró gracias a la Universidad de Puebla. Se llamo
“Jornada de la Comunicación”. Manuel Altamira, el mejor reportero de La Jornada,
ya fallecido, y su servidor fuimos los encargados de la logística y la
organización.
El plato principal del menú era Eduardo Galeano. Él cerraba
el evento. Éramos encargados de buscar a Galeano en el aeropuerto en la Ciudad
de México.
Como chiapaneco no sabía que cuando vas al aeropuerto y no te
conocen debes hacer un cartelito que diga algo así: “Sos vos Eduardo” o “Yo soy
Juan”.
Llego Eduardo Galeano. No paso más de cinco minutos, nos
vimos cara a cara. Maestro soy –nunca le dije que era Juan Balboa- de La
Jornada. Soy el que lo llevará a su hotel.
Hombre sencillo, humilde y sabio. Se subió a un carro
destartalado de aquella Jornada. Ni siquiera se había sentado cuando nos
pregunta: “¿Está muy lejos el periódico del hotel?”.
Le respondió Manuel Altamira: “No, está muy cerca”. Era el
hotel Regis, sí el que se derrumbó un año después que nació La Jornada. ¿Me
pueden llevar al periódico? Pidió como una súplica. Eran las cinco de la mañana.
Manuel Altamira le pregunto una y otra vez. ¿Maestro, son las
cinco de la mañana”? ¿”Usted quiere ir al periódico”?
La respuesta fue contundente: “Sí”.
El viaje fue largo. Nunca dudo. “Sí, quiero ir al periódico”.
Vire el carro destartalado hacia la calle Balderas.
Bajamos.
Los compañeros de circulación nos veían como locos o
borrachos. No sabían quién era el tipo raro que nos acompañaba. Nos saludaban,
querían preguntar. No se atrevían. Tenían mucho respeto a Manuel y al que
escribe.
Eduardo Galeano subió una escalera del siglo 19. Era un edificio
colonial, aún existe. Y vio una redacción abandonada, las cuartillas tiradas y
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Eran máquinas manuales. Había cuartilla por todas partes. Una
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