Continuare publicando textos sobre la trata y de y
explotación de mujeres por el Día Mundial contra la Trata (30 junio).
Multimedios Ámbar
Las piernas abiertas de Centroamérica
Juan Balboa
Soconusco, Chiapas. –Mujeres jóvenes y esbeltas, amas de casa
o secretarias, viudas o divorciadas, todas rompen diariamente el silencio de la
tarde; sus muslos inquietan el agua del rio Suchiate y en tierra mexicana sus
atuendos se transforman para provocar deseo a quienes a diario las visitan en
los prostíbulos de esta región de Chiapas.
Guatemaltecas, salvadoreñas, hondureñas, nicaragüenses,
cruzan todas las tardes a la frontera entre México y Guatemala para contratarse
en los lúgubres burdeles del Soconusco. Según la Dirección de Migración de
Tapachula, “es difícil calcular porque no se tienen registros”, pero los
agentes de Migración destacamentados en las márgenes del rio Suchiate calculan
que diariamente pasan “por lo menos 50 muchachas que trabajan de prostitutas”.
La escasez de trabajo en los países Centroamericano, “aun en
los prostíbulos” – como dice Sara, una muchacha guatemalteca que trabaja en un
cabaret de Cacahoatán-, la agudización de la guerra civil en los países de esa
región y el fantasma bélico del coloso del norte.
Estados Unidos, han provocado que durante los últimos seis
años atraviesan la frontera decenas de mujeres -cuyas edades oscilan entre los
17 y 25 años- para internarse en los burdeles de los municipios soconusquenses
o, en la mayoría de los casos, distribuirse en las zonas de tolerancia de las
ciudades de Veracruz, Oaxaca, Ciudad de México, Jalisco, Nuevo León, Tamaulipas
y en estados del norte del país.
En Chiapas existen cuatro municipios que ha sido considerados
desde hace muchos años como “zonas rojas”, “ciudades de mancebías”, “burdeles
públicos”.
En Cacahoatán, Tapachula, Puerto Madero y Ciudad Hidalgo se
concentra la mayoría de las centroamericanas que cruzan el Suchiate. Datos
proporcionados extraoficialmente por agentes de Migración señalan que en estos
municipios existen por lo menos 40 “burdeles”, de los cuales cada uno tiene 20
centroamericanas y 10 mexicanas, aproximadamente. Los cálculos estimados de un
agente de Migración entrevistado en uno de los cabarets de Puerto Madero,
indicaban que en los cuatro municipios estaban contratadas 800 mujeres.
En los prostíbulos existen tres tipos de contratación: las
centroamericanas que pasan la frontera por la tarde y en la mañana regresan a
sus lugares de origen; las mujeres que permanecen de dos a seis meses en los
burdeles, y aquellas que continúan su viaje a otros estados del país o a
Estados Unidos.
En las oficinas de Migración no hay datos sobre las mujeres
que cruzan la frontera. Las autoridades migratorias se niegan a proporcionar
información al respecto, argumentando que sólo los funcionarios de la capital de
México tienen autorización para otorgarla.
En una encuesta realizada entre algunas mujeres de seis
burdeles de Cacahoatán, Tapachula y Puerto Madero, todas ellas consideraron en
que “los mexicanos pagan mejor que los guatemaltecos”. Las seis mujeres
entrevistadas expresaron el deseo de seguir su camino hacia Estados Unidos,
donde “se gana en dólares”.
Amparo es una mujer de 22 años, madre de tres hijos, “por los
que me gano la vida para que coman”. Nació en la frontera entre Guatemala y El
Salvador y desde los 20 años trabaja en los burdeles de Puerto Madero. Su vida
narra bajo los efectos de 10 cervezas heladas, se la ha ganado primero como
sirvienta y después como prostituta en Guatemala y el Soconusco. Divorciada
desde hace cinco años, cuenta cómo conoció la vida de los bules: “Tenía una
amiga que vivía al lado de mi casa, allá en Guatemala. Era una mujer que
desaparecía durante cuatro meses y el resto se los pasaba en su casa”.
Sus ojos eran cafés, sus labios cuarteados por la resequedad.
“Dos años después me fui dando cuenta de que la cosa estaba al revés;
desaparecía ocho meses y el resto se lo pasaba en nuestro pueblo. Fue tanta mi
curiosidad que un día regreso le pregunté:
- Hace muchos meses que no se de ti. ¿Dónde has estado?
Me contesto sin pensarlo tanto:
- Trabajando en México.
Mi amiga nunca había trabajado, su marido también la dejo
cuando el cabrón se encontró a otra mujer. No sabía hacer nada, ni siquiera
poner su nombre. Volví a preguntarle:
- ¿De qué trabajas en México?
No quiso contestar de inmediato. Lo pensó varias veces antes
de responderme.
- De puta.
Y se soltó con su historia: “Hace tres años vino una mujer a
decirme si quería trabajar al otro lado. Yo le conteste que si pero que no
sabía hacer nada. Eso es lo que creen todas, me dijo. Me convenció y me hizo
cruzar el rio Suchiate. Me llevó a Cacahoatán y al llegar me dijo: aquí está tu
trabajo. Al principio me costó, pero ahora ya me adapté y estoy ganando buenos
pesos para criar a mis hijos; ahora me estoy preparando para irme a Estados
Unidos.
Lo pensé tan solo dos
meses y, mirá, “aquí me tenés frente a las cervezas”.
Los tratantes de blancas, señala Don Francisco, un viejo
burdelero de Tapachula, son contratados para que busquen mujeres en Guatemala.
Siempre se busca -dice- que éstas sean divorciadas, viudas o jóvenes que viven
con la esperanza de salir de su tierra y cruzar la frontera. No siempre se
tiene éxito, pero la mayoría de las muchachas centroamericanas están buena.
Las autoridades municipales y migratorias niegan que existan
centroamericanas en las “zonas de tolerancias”. Afirman que en esa ciudad “no
se tolera la prostitución” y, por su parte, migración aseguró que todas las
mujeres centroamericanas que ejercían la prostitución fueron regresadas a su
país de origen.
Lo cierto es que los días y las noches se hacen eternas con
las centroamericanas en los burdeles del Soconuso.
Multimedios Ámbar.
Edición y texto: Juan Balboa
Runrún.
Al pie del Cañón
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