Cada año
recordamos al que fue uno de los mejores cronistas del periodismo de México en
los primeros años del diario La Jornada. Manuel Altamira perdió la vida en el terremoto
del 19 de septiembre de 1985
Juan Balboa
Se definía como
"reportero de policía", pero sus textos tenían el sello de un
narrador nato que combinaba el trabajo acucioso del periodista con las
herramientas de la literatura. Dos oficios que Manuel Altamira Peláez logró
zurcir durante un año en La Jornada.
Su creatividad era
incontenible, innegable. Sólo el sismo del 19 de septiembre de 1985 hizo callar
su máquina de escribir y le impidió hacer la crónica del primer año de La
Jornada en la calle; una orden de trabajo que la dirección del diario le había
encargado de forma especial.
Festejó con los
trabajadores del periódico el primer aniversario del rotativo hasta la
madrugada del 19 de septiembre. Su sencillez, su trato amable y solidario le
facilitaban consolidar amistades.
Su profesionalismo,
su necedad por lograr un estilo periodístico propio y su amplio bagaje cultural
le merecieron el respeto de la comunidad dentro y fuera del diario.Altamira era uno de
esos hombres que siempre estuvo rodeado de amigos.
La última vez que se
le vio el reloj marcaba casi las 6 de la mañana del fatal 19 de septiembre de
1985. Se despidió de sus compañeros para dirigirse a su casa, ubicada en
Bruselas 8, esquina con Liverpool.
Tenía que levantarse
temprano con el propósito recorrer la ciudad para narrar cómo se vivía el
primer aniversario del terremoto. Coincidía con el primer aniversario de la
aparición de La Jornada.
Haría una crónica sobre
la presencia en la calle, un diario que en poco tiempo había logrado despertar
el interés de los lectores.
El sismo lo
sorprendió en el edificio donde vivía; el único que se derrumbó en la manzana.
El terremoto activó
al equipo de La Jornada en toda la capital mexicana. Todos imaginaban a Altamira
reporteando en las zonas más afectadas; lo veían penetrando en edificios donde
se escuchaban gritos de auxilio; suponían a Manuel viajando en ambulancias para
llegar con rapidez al lugar de los hechos.
Nadie pensó que era
una de las víctimas, que el inmueble donde residía se había derrumbado y que él
no estaba reporteando, sino bajo de decenas de toneladas de cemento.
"Manuel no
aparece, estamos buscándolo y esperamos encontrarlo. Hay que tener calma",
me dijo Carmen Lira, subdirectora de Información, al confirmarse que el
edificio donde habitaba Altamira había sucumbido ante el movimiento telúrico
del 19 de septiembre.
Todos los reporteros,
sin excepción, hicieron guardia en aquel lugar con la esperanza de encontrar a
Manuel. Fueron más de 60 horas de espera, de angustia, hasta que apareció su
cuerpo sin vida. El dolor se reflejó en las páginas de La Jornada.
El Capote
jornalero
A Manuel Altamira le
decían en Monterrey, Nuevo León, La Tambora, por su carácter festivo, alegre,
jovial. En La Jornada sus amigos cercanos lo llamaban Capote, por su afición al
gran escritor estadunidense nacido en Nueva Orleáns, Truman Capote.
En la redacción, o
fuera de ella, Altamira no se cansaba de decir que quería, como Truman Capote
en su obra maestra “A sangre fría”, hacer un periodismo real y más cercano a la
literatura.
Manuel Altamira
Peláez nació en el estado de Puebla, pero su vida profesional empezó en
Monterrey como reportero policiaco en el diario Más noticias. Cubrió la fuente
policiaca con una visión social y política.
Fue uno de los
periodistas que siguieron con detalle el desarrollo de la Liga 23 de Septiembre
en esa ciudad norteña: los operativos violentos contra esa organización, los
cateos de casas llamadas de seguridad, los enfrentamientos, secuestros, los
amotinamientos en la cárcel de Topo Chico, y la detención y desaparición de
Jesús Piedra, el hijo de la incansable luchadora social Rosario Ibarra de
Piedra.
Sus trabajos
periodísticos provocaban irritación entre funcionarios de los gobiernos estatal
y federal. Miguel Nassar Haro, entonces titular de la Dirección Federal de
Seguridad, quien fue acusado de desaparición forzada de personas por la
Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, amenazó de
muerte a Manuel Altamira.
Sus reportajes y
crónicas enfurecieron al entonces gobernador de Nuevo León, Alfonso Martínez
Domínguez, porque decía que todo lo que "oía y veía" lo publicaba.
Hay una anécdota que
el propio Manuel contaba. Tres desconocidos lo golpearon salvajemente en una cantina
de Monterrey, en la época del propio Martínez Domínguez. Le rompieron una
pierna.
Martínez Domínguez lo
visitó en el hospital como muestra de amistad e intentando deslindarse de
cualquier sospecha de ser el autor intelectual de la agresión. Frente a la cama
de Altamira, en el nosocomio, el mandatario estatal prometió castigar a los
culpables, "caiga quien caiga", y le ofreció ayuda.
La respuesta de
Altamira fue impecable: "Lo único que quiero es caminar, señor gobernador,
y eso usted no me lo puede dar".
Trabajó en los
diarios El Porvenir, Tribuna de Monterrey y Diario de Monterrey, y en la revista
Crónica. En la ciudad de México colaboró en el noticiero de Radio UNAM -donde
ganó el premio Teponaxtle de Oro-, y como corresponsal durante la primera época
del periódico unomásuno.
También probó suerte
en el periódico Nueva Generación, editado en Puebla, al que renunció por la
injerencia de la Iglesia católica en la línea editorial.
En agosto de 1984, un
mes antes de la salida de La Jornada a la calle, se incorporó al diario, donde
en pocos meses logró ser reconocido como uno de los mejores periodistas del
gremio. Su producción fue abundante y de gran calidad.
Los reportajes sobre
los mariguaneros de Chihuahua; la entrevista con un presunto asesino del
periodista Manuel Buendía; la historia criminal del narcotraficante Rafael Caro
Quintero; el asesinato de militares en Puebla; la represión de campesinos en
Chiapas; los fanáticos de Mexiquito; el espionaje telefónico en Monterrey; los
pescadores de San Fernando, y la detención de Alfredo Ríos Galeana quedaron
para los anales del periodismo mexicano.
Manuel Altamira
Peláez murió a los 38 años de edad, justo cuando había aprendido a convivir
entre el periodismo y la literatura. Su última entrega apareció en la
contraportada de La Jornada ese 19 de septiembre: "Tepito nunca se va a
acabar; el secreto: estamos benditos", rezaba el encabezado.
Multimedios Ámbar
Al pie del Cañón
RunRún
Fuente: Juan
Balboa.
Edición: Juan
Balboa.
30 junio 2021.
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