sábado, 12 de enero de 2019



La resistencia de Juan Diego X'oyep contra la militarización
*Hace 21 años las tsotsiles de la comunidad encararon a los militares. Breve historia de la foto Las mujeres de X´oyep-
*La locura de un fotoperiodista llamado Pedro Valtierra

Juan Balboa
Cómo entender que un fotógrafo que sólo utiliza telefotos y rechaza los lentes zoom –como los que se utiliza en la fuente de deportes– pueda generar imágenes de situaciones de conflicto que hagan historia. Pues eso es posible para Pedro Valtierra.
Noche del 2 de enero de 1998. El hotel Casa Vieja de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, era un “panal” de fotógrafos. Todos habían llegado por el aniversario de la irrupción zapatista, seguros de que habría otra masacre como la de Acteal o que el Ejército Mexicano irrumpiría en las zonas donde se movía el subcomandante Marcos.
Tras lo ocurrido en Acteal (45 personas fueron asesinadas por un grupo de paramilitares el 22 de diciembre de 1997), en el municipio tsotsil de Chenalhó, el mismo donde se ubica X´oyep, las empresas de medios de comunicación enviaron un “enjambre” de fotógrafos: lo mismo La Jornada que El Universal o Reforma, también agencias y periódicos extranjeros. Todos, unos 100, ansiaban lograr la “foto”, llegaban con una energía contagiosa, pues esperaban, estaban seguros, obtener una imagen emblemática, histórica, la de su vida profesional.
Pedro Valtierra coordinaba a tres fotógrafos de La Jornada. El mismo número tenía en Chiapas el periódico Reforma y, otros, como El Universal, eran equipos de dos, por lo menos.
Esa noche del 2 de enero pobladores de Chenalhó nos habían informado que habría “algo caliente en  X´oyep”, una comunidad tsotsil que no aparecía en el mapa de la guerra contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) pero ubicada en la carretera que conduce a Acteal.
Me trasladé al hotel Casa Vieja para platicar con Pedro Valtierra, intentaría convencerlo de que nos acompañara al día siguiente, muy temprano, a X’oyep. Él ya había hecho planes para viajar a la Selva Lacandona, en especial a San Quintín, uno de los principales campamentos del Ejército Mexicano ubicado en el municipio de Ocosingo.
Regresé a casa. Acordé con el videoasta Carlos Martínez Suárez viajar juntos. En la noche, casi madrugada, recibí una llamada de Pedro informándome que iría con nosotros “si todavía hay un lugar para mí”. “Desde luego”.
El 3 de enero de 1998, sólo 10 días después de la terrible matanza de Acteal, ya viajábamos de San Cristóbal de Las Casas a X’oyep; pasamos el desvío al municipio de San Andrés Larráinzar, atravesamos la cabecera municipal de Chenalhó y llegamos a una pequeña casa poco adelante de la comunidad de Yabteclum, donde dejaríamos el Jeep para emprender una caminata de unos 5 kilómetros de montaña que nos dejó exhaustos.
11:05
Sorpresa
Todo era tranquilidad y armonía en la comunidad. Los tres nos preguntábamos si de verdad habría “algo caliente”. Nuestro ánimo se apagaba. Preguntamos por la actividad. La respuesta fue la misma: ”Paciencia, paciencia…”
Una hora después vimos mucho movimiento, mujeres y hombres aparecían como fantasmas por todas partes, gritaban en su lengua materna algo que no podíamos traducir y caminaban, todos, hacia un lugar específico.
De súbito, como si la sorpresa fuera parte de su fuerza, siluetas de mujeres jóvenes y niñas aparecieron –muchas con bebés en los brazos y la espalda– en el camino rumbo a la punta de la montaña de X’oyep. Niños y hombres las seguían con andar lento, cautelosos. En menos de cinco minutos todos rodearon a los militares que levantaban un campamento y fueron protagonistas de uno de los hechos más peligrosos desde que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional declarara la guerra, el cual pudo tener un desenlace fatal.
Serían unos 500 metros de caminata. Consignas, gritos. Tsotsiles apareciendo en áreas de árboles frutales. Ahí estaba el objetivo de la comunidad: un grupo de unos 50 militares que habían llegado a construir una base –el campamento 20 en todo el territorio de Chiapas, en ese momento– en un cerro estratégico desde donde se divisaba una de las cañadas del municipio de Chenalhó, presuntamente zona que servía de camino a miembros del EZLN.
11:45
El trueno
Los habitantes de San Juan X’oyep rodearon el acantonamiento del 94 Batallón de Infantería, a cargo del mayor Armenta. En tan sólo 15 minutos los militares se enfrascaron en una riña incontrolable con los tsotsiles y su campamento se redujo a un pequeño círculo con viviendas, pertenencias y alimentos.
Unas treinta pedranas (así se conoce a las nativas de San Pedro Chenalhó) encararon con gritos a los militares, quienes no despertaban de su pesadilla. Una empezó a empujar a un soldado alto y obeso que, sin pensarlo, abrazó su arma para evitar se la arrebatara, pues la tsotsil, de baja estatura, ya lo había intentado, con una fuerza que dejó atónito y estupefacto al hombre, quien a pocos centímetros de su oído escuchaba el “trueno” que le escupía: “Fuera ejército de aquí.”
Pedro caminaba alrededor del círculo formado por las mujeres de X’oyep. Su rostro no podía ocultar la felicidad. No daba descanso a sus cámaras. Descubrió la escena del militar alto, obeso y con espanto en su cara y la mujer, con “voz de viento de huracán”, aguerrida.
No lo pensó mucho.
Primero se subió a una roca que le daba un ángulo perfecto para hacer tomas abiertas, pero no duró mucho; bajó veloz para poner su cámara a unos centímetros de donde se realizaba el forcejeo. Después supimos que la mujer guerrera Antonia Jiménez Jiménez, quien se convirtió en un ícono del movimiento de resistencia en Chiapas, fue una referencia en los movimientos sociales en México y un emblema en el ámbito internacional.
12:30
“Fuera…”
Se escuchaba un concierto de gritos de mujeres pidiendo la salida de los militares: “Fuera ejército, fuera ejército… Los ejércitos están violando la ley mexicana. No es lugar militar aquí. ¿Por qué se meten acá? Es una violación de la ley. Aquí no es campamento militar.”
Ellas continuaban empujando a los militares: “Fuera ejército.” Se hablaban. Los gritos en tsotsil y español eran más fuertes, con mucha energía, tanto que seguramente se les escuchaba en los poblados cercanos. Al concierto se sumaron voces de hombres y niños.
“No empujen”, dijo uno de los habitantes de San Juan X’oyep a los invasores. Las mujeres zangoloteaban a los militares espantados, casi petrificados; sus rostros eran de asombro, molestia, encabronamiento, irritación, sobre todo impotencia. No sabían cómo reaccionar, no se los enseñaron en sus cursos castrenses ni se los indicaba el protocolo del Ejército.
“Fuera”, era la principal partitura de un concierto de gritos en español y tsotsil.
Los zangoloteos continuaron, cara a cara; los soldados ponían las manos en sus armas como intentando jalarlas. El ambiente era tenso y se esperaba una reacción violenta. Aguantaron. No se movían. Seguían sin romper el círculo en torno a sus mochilas y los enseres de cocina y las casas de campaña.
Era un bullicio, las tsotsiles no paraban de reclamar al ejército su presencia en San Juan X’oyep.
Uno de los militares con más alta jerarquía giró la cabeza hacia los pocos periodistas presentes y, sin pensarlo, amenazó: “Ustedes los trajeron con tal de hacer noticias”, refiriéndose a fotógrafos, camarógrafos y reporteros de unos cuatro medios de comunicación nacionales.
Cada minuto el círculo de los militares se reducía.
13:00
El fotógrafo
Ánimos candentes: los bandos gritándose y los empujones cada vez más violentos desde ambos lados; el ambiente como un volcán en ebullición. Los militares aventaban a las mujeres.
“Fuera todos ejércitos, fuera, fuera… Ejércitos fuera de X´oyep, fuera, fuera…”
Ellas no cedían un centímetro. Retaban. Los militares fruncían la cara, se mordían los labios, sus ojos girando por todos lados. Ellos parecían salirse de sus cabales, a punto de perder la cabeza; no entendían qué pasaba, tampoco sabían cómo reaccionar.
Quien operaba el radio no despegaba un minuto el auricular de sus oídos, manteniendo comunicación con la Comandancia de la 31 Zona Militar ubicada en Rancho Nuevo, San Cristóbal de Las Casas.
Era tanta la presión que apareció el militar de más rango, el mayor Armenta, a pedir una tregua:
–Díganles que nos vamos a retirar, vamos a levantar las cosas –pidió a quienes él consideraba los dirigentes o manipuladores.
Le respondieron:
–Ajá, ¿pero ya no van a regresar mañana?
–No, no, no.
–¿Ni pasado? –insistieron.
–No, no, no…
–Es que nosotros no queremos que vuelvan a entrar…
El militar explicó:
–No les hicimos nada, habíamos quedado con la señora (señaló a una mujer que se encontraba en la protesta) que no íbamos a pasar para allá (al pueblo), que aquí íbamos a estar estacionados. Si querían la ayuda bien, si no también, pero ustedes no respetaron eso.
–Queremos que se retiren pacíficamente –insistieron algunos hombres de la organización civil Las Abejas.
–Sí, nos vamos a retirar… Dígale a su gente que nos den la oportunidad. Ya vamos a juntar las cosas.
Mujeres y hombres conversaban alto en tsotsil. Muchos no creían al militar, quien pidió que todos regresaran al pueblo para organizar la retirada. Le respondieron a gritos que eso mismo prometieron en otros poblados y se quedaron. La paciencia india se desbordaba.
El militar insistió:
–Nosotros ya nos vamos a ir, palabra, dennos oportunidad de juntar nuestras cosas bien.
Valtierra ignoraba la conversación. Desaparecía entre los manifestantes, se tiraba al suelo, arriba de la roca, en medio de las mujeres y los militares. Con su cámara y el telefoto de 50 milímetros recorría el círculo donde las pedranas tenían prisioneros a los soldados, sólo se escuchaba un sonido constante, sin descanso: era el obturador, no daba tregua a la cortinilla del aparato.
Allí conocí al verdadero fotógrafo.                                                                                                                         
De repente aparecieron periodistas y reportero gráfico de Reforma y un equipo de Televisa. Nunca entendimos cómo llegaron o quién les aviso. El fotógrafo y el camarógrafo nunca se acercaron, todas las imágenes las captaron a siete metros, más o menos.
El ambiente subía de temperatura, llegamos a pensar que los militares dispararían.
Pedro seguía… se escuchaba el sonido del obturador.
Unos gritos retumbaban en la cañada de San Juan X’oyep. Era una sección de la Policía Militar (PM) que llegaba en apoyo de sus compañeros presos por unas tsotsiles empoderadas.
Un dirigente de la organización civil Las Abejas informó en tsotsil la petición del militar de retirarse a sus viviendas.
Gritos, silbidos, algunas palmas… y una vez más el grito de batalla: “Fuera, fuera ejército, fuera… Chiapas, Chiapas no es cuartel, fuera ejército de él… Fuera ejército… Chiapas, Chiapas no es cuartel, fuera ejército de él… Fuera ejército, fuera ejército…”
Las mujeres rompieron la valla circular en torno a los militares, dejaron de empujar y forcejear con ellos. Empezó la calma. Los soldados aceptaron la tregua para recoger su equipo y retirarse.
Armenta insistía en que se replegarían pero si ellos regresaban a su poblado. Los habitantes de X’oyep no le creían, le argumentaban un “hasta que ustedes se vayan nosotros regresamos a nuestra casa”.
–Apúrate, pues, váyanse ya –le espetaron de frente.
Otra vez el bullicio.
“Fuera, fuera, fuera ejército…”
Necio el militar, regresó a ver a los representantes de Las Abejas. Les rogaba parar “el alboroto” para que ellos recogieran y se fueran.
Se pidió en tsotsil a los habitantes de X’oyep que dieran “chance” de organizar el repliegue.
–No nos podemos ir corriendo, tenemos que platicar y organizar nuestra retirada –insistió el militar. El mayor explotó–. ¿No quieren el apoyo? Bueno, pero no nos vamos a ir sólo porque tú nos quieres correr. No estamos invadiendo propiedad privada… ¿Me entiendes? Ustedes están violando nuestros derechos, nosotros no estamos invadiendo propiedad privada. Todos tenemos derechos… Sencillo.
Le respondieron:
–Mira, están espantando a la gente. Éste es el camino en donde salen al mercado, donde caminan con su familia, es donde nace el ojo de agua, el agua que tomamos.
Una mujer reclamó al militar por haber tomado la tierra del pueblo. Él contestó que ella había pasado hacía unas horas:
–Me dijiste buenos días, te dije buenos días. Nadie te dijo nada. Pasaste y se te permitió el paso. Han venido a tomar agua y se les permitió…
Y se fue contra uno de los líderes de Las Abejas:
–No nos avientes a mujeres y niños.
Lo ignoraron. Allí esperarían los pobladores a que se retiraran.
Intervino otro miembro de Las Abejas:
–Prometiste salirte hoy… Mira, sigues aquí. Nosotros aquí vivimos.
–No los estamos molestando –respondió el mayor.
–No nos están molestando pero no necesitamos su presencia. Sentimos miedo. Pobres mujeres y niños temen a ustedes porque no son civiles, ustedes son ejército.
Más gritos, murmullos, entre los habitantes, la mayoría mujeres, muchas jóvenes.
Los periodistas se acercaron al militar.
–¿Qué pasó, mayor? –le preguntamos.
–No quieren la ayuda, no los vamos a obligar, pero debe imperar la prudencia para que no pase a mayores –respondió con voz baja. Y continuó–. Ayer vino una representante de ellos y habló con el mayor Quezada. Les dijo que si querían la ayuda que vinieran, nosotros no pasaríamos al pueblo. Nosotros cumplimos, ellos son los que no. Argumentaron que el terreno era propiedad de ellos y temen que las mujeres puedan ser molestadas. En ningún momento han sido molestadas. Ustedes lo han visto ahorita que se ha actuado con cordura. En ningún momento se ha molestado a nadie, así se lo dijimos y así va a seguir sucediendo. Venimos a ayudarlos… No quieren la ayuda pero tenemos la orden de permanecer aquí.
El reportero de Televisa insistió:
–¿Se van a retirar?
La respuesta fue la misma:
–No, seguiremos aquí.
Informó que la ayuda era de atención a la salud. El grupo estaba conformado por médicos, enfermeras, medicamentos y hasta alimentos, dijo.
–Pero si requieren la ayuda entonces se las vamos a brindar. No se han acercado.
Se le cuestionó acerca del temor de que las cosas pasaran a mayores y se salieran de control.
–Pues sí –respondió– porque la gente está siendo manipulada, no están actuando con su propio criterio. Hay alguien que los está manipulando, y les están haciendo un mal. Venimos en paz a darles la ayuda, pero si no la quieren nosotros vamos a permanecer aquí.
13:30
En el cerco
Otra vez gritos y empujones. Quince minutos después, de la parte baja del cerro de X’oyep se escuchó una voz:
–Venimos a protegerlos a ustedes –era el hombre al frente de la Policía Militar (PM) con sus pertrechos y escudos eléctricos.
Los gritos de los elementos de la PM eran más nítidos, estaban cerca del campamento militar en el cerro de X´oyep. Los soldados no rompían el círculo en torno a mochilas, alimentos, armamento y hasta una cocina portátil. Empezaron a reunir sus cosas, sin romper el sitio.
De nuevo, choque de palabras entre el mayor Armenta y los de Las Abejas.
–Ustedes dijeron que se iban, no están cumpliendo su palabra. No somos muchachitos para estar jugando. Nosotros no somos el problema.
–¿Cuál es el problema? –preguntó el mayor.
–Aquí no están los paramilitares. Aquí somos gente refugiados... Vayan a buscar a los hombres armados que están matando la gente. Ellos están en otro lado, no aquí.
–A ellos los están buscando las autoridades correspondientes. No sé por qué nos vienen a agredir. Yo soy como ustedes. Yo también usé guaraches.
La conversación entró en impasse. El mayor hacía tiempo para que llegara la Policía Militar, pues ya se divisaba la columna con cascos, fornituras, toletes y sus escudos eléctricos antimotines.
Uno de Las Abejas le dijo que ya estaba hablando mucho, que ya no le iba a hacer más plática.
–Si quieren mátame aquí, mátame. Aquí vamos a quedar igual como pasó en Acteal.
Con una voz tenue pero con un tono de advertencia:
–Sálganse, sálganse, te lo digo despacito…
La Policía Militar se encontraba cerca del campamento. Eso provocó otra vez el grito de “Fuera ejércitos, fuera, fuera…”
Los militares ya habían levantado el campamento y tenían apilados mochilas, pertrechos de combate…
Los gritos continuaban. Una tsotsil le agarró el casco a un militar, quien no sabía qué hacer, la empujaba con violencia. Otras mujeres intentaban arrebatarle su arma. Se puso muy violento, pero sólo hubo gritos y algunos jaloneos.
Siguieron los reclamos. Se escuchaba otras voces de hombres en tsotsil. Hablaban de la Constitución.
“Chiapas, Chiapas no es cuartel, fuera ejército de él”
14:20
“Todos somos líderes”
La Policía Militar apareció gritando, golpeando con sus toletes los escudos eléctricos:
–¿Quién es su líder? ¿Dónde está su líder? Díganme quién es –el grupo era encabezado por un militar que mascaba algo como coca y su semblante reflejaba a una persona fuera de sí. Era quien más gritaba.
–Venimos a protegerlos a ustedes –decía a los pobladores con una voz entrecortada pues no dejaba de masticar. Seguía gritando–. ¿Dónde está su líder?
Con espuma en la boca, roja la cara, el hombre de piel blancuzca que dirigía la Policía Militar hablaba como loco, no lograba hilar una frase clara, preguntaba insistente y giraba la cabeza a los cuatro puntos cardinales buscando al supuesto dirigente.
–Su líder, queremos hablar con su líder, ¿por qué los líderes no dan la cara?
La respuesta en tsotsil fue unánime:
–Aquí los líderes somos todos.
En su desesperación por comunicarse con el supuesto líder, preguntó:
–Do you speak english? –estupefacto, no sabía qué decir.
Un silencio lo rodeaba. Su paciencia había llegado al clímax y, sin dejar de masticar –no era chicle, parecía goma de coca–, comenzó una tanda de agresiones:
–No sean cobardes, ponen a sus mujeres e hijos. Que sus líderes den la cara.
Los gritos en tsotsil eran como una cascada, dirigidos a la Policía Militar, en particular a quien les gritaba:
–¿Dónde está su líder…? –tartamudeaba intentando explicar que venían a dar seguridad, a protegerlos–. Somos hermanos, somos mexicanos, por eso queremos hablar con su líder. ¿Qué es lo que quieren? Necesitamos trabajar juntos por México.
Los gritos de los habitantes de X’oyep reaparecieron con más vigor.
El reloj marcaba poco más de las 15:00 horas.
El policía militar seguía con su retahíla:
–Venimos a trabajar con ustedes, no es posible estar divididos entre mexicanos. Nosotros apoyamos a los indígenas, apoyamos a los mexicanos. No apoyamos a ningún grupo en particular, apoyamos a los mexicanos. Queremos que haya paz.
Seguía masticando, algunos de los otros policías militares lo hacían también. Le subía el tono de su voz:
–¿Qué quieren? ¿Quién es su líder? ¿Qué cosa quieren? –y los invitó a retirarse pacíficamente–. Vayan a trabajar… Con esta actitud México no progresará. Hay que trabajar por todos los chiapanecos.
La respuesta eran gritos de mujeres y hombres en tsotsil.
–Quiero hablar con su dirigente. Nosotros no venimos a agredirlos, nunca nos darán esa orden. No tienen por qué agredirnos. ¿Qué es lo que quieren? –leía un “acordeón” pegado atrás del escudo eléctrico antimotines.
Éste era el texto que pronunciaba una y otra vez:
“Ciudadanos, vengo a nombre del gobierno legalmente establecido y conforme al artículo noveno constitucional a invitarlos que desistan de su actitud que muestran y se retiren pacíficamente a sus lugares. Tengan la seguridad de que sus demandas, por conducto de sus dirigentes, serán atendidas y resueltas la totalidad pero para ello tendrán que desalojar”.
De repente se le secaron los labios y se humedecía con su lengua pero seguía rumiando con gran ansiedad, como desesperado, una cosa chiclosa blanca.
–¿Por qué son tan cobardes y ponen a las mujeres y los niños al frente? ¿Por qué sus líderes no dan la cara?
Más gritos:
–Fuera, asesino, chupacabra, defienden a los paramilitares –y algunos de los hombres empezaron a empujarlo e intentaron quitarle el escudo, pero se retiraron porque recibieron toques eléctricos.  
Nos hicimos señas con Pedro para reunirnos con Carlos Martínez Suárez. Sentíamos que podríamos ser agredidos físicamente, pues éramos personas incómodas para todos los militares, ya nos habían acusado de manipuladores de los manifestantes y de provocar la protesta.
Temíamos que nos quitaran los equipos fotográfico y de video. De principio habíamos acordado buscar a una persona que se los llevara, pero coincidimos los tres en que era más peligroso porque podrían interceptar el correo y desaparecer los materiales. En ese caso no tendríamos cómo reclamar ni acusar a alguien.
Decidimos no hacerlo y seguimos trabajando. La agresividad de la Policía Militar asustó a muchos de quienes participaban en la protesta. Esperábamos que en cualquier momento empezara a dar golpes y detener a algunas personas.
14:55
Aterrizaje fallido
Buscábamos alternativas para salvar el material fotográfico y de video cuando escuchamos el sonido de un helicóptero. Tenía matrícula XC-BGC de la Policía de Seguridad Pública del Estado. Finalizaron los empujones. Espera silenciosa por ambos lados. El aparato hizo tres intentos de bajar al campamento pero no lo logró. Sólo se pudo observar que alguien fotografiaba desde la nave.
Veinte minutos después logró aterrizar. Nadie bajó y volvió a despegar. Más empujones y gritos. A las 15:35 horas el helicóptero reintentó descender. La neblina cubría el cerro de X’oyep, por lo que regresó a su base, cerca del poblado de Polhó, ubicado también en el municipio de Chenalhó.
15:45
Refuerzos
Los tsotsiles se retiraron hacia el poblado.
–Nos comunicaron que llegan más soldados y seguramente nos quieren agredir.
Diez minutos después llegaron más integrantes de la infantería.
15:55
El general
Unos 150 soldados cercaron el cerro de San Juan X’ochet.
El helicóptero regresó y provocó más tensión. En su último aterrizaje bajó un general. Entendimos que era el encargado de la zona de Chenalhó. Lo abordamos los pocos periodistas que nos encontrábamos en X’oyep. Al ver las cámaras de televisión asumió una actitud de diplomático, la Policía Militar guardaba silencio.
El general Jiménez confirmó que se quedaban.
–Queremos darle seguridad a la gente. Algún tipo de agresión no creo que pase. La gente no está violenta, simplemente está mal informada.
16:05
Chingón
Era el momento de desaparecer en la escena para difundir el material. Un joven nos acompañó hasta la carretera. Llegamos sin novedad. Desde que subimos al Jeep Pedro empezó a hablar de las fotos que había logrado.
Bajábamos el cerro cuando escuchamos:
–Es el mejor material que he tomado en mucho tiempo.
Volteamos a verlo. No le hicimos caso porque nuestra prioridad era llegar al Jeep. Bajamos las montañas. Todo era silencio. Subimos al vehículo y emprendimos el regreso a San Cristóbal de Las Casas. Cuando nos alejamos unos kilómetros volvimos a respirar con normalidad, el color volvió a nuestros rostros y escuchamos a un Valtierra que no hablaba, casi gritaba.
–No saben lo que traigo, es un material de primera, chingonsísimo. Fotos que harán historia. No se imaginan lo que traigo, de verdad –repetía una, otra, muchas veces. Así todo el camino.
17:15
El trofeo
Llegamos a San Cristóbal de Las Casas. Pedro corrió a revelar los rollos al único lugar donde se ofrecía el servicio, cerca del parque central, a pocas cuadras del hotel Casa Vieja. Una hora más tarde regresó. El reloj marcaba unos 10 minutos antes de las 21.
Se aisló de fotógrafos, camarógrafos y periodistas que llegaban a esa hora de las regiones territorio del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Todos se concentraban en el restaurante para compartir anécdotas, peripecias y los materiales logrados.
La ausencia de Pedro Valtierra del lugar que muchos consideraban –el restaurante del hotel Casa Vieja– una sala de redacción llamó la atención del ejército de comunicadores, más cuando se enteraron de que trabajaba en su cuarto a puerta cerrada.
En la habitación del hotel Pedro se agasajaba con las imágenes; su gozo crecía cada vez que veía uno de los negativos de su labor en X’oyep; en cada cuadro confirmaba que tenía uno de sus trabajos más completos e histórico de su vida profesional.
En la toma de uno de los negativos de uno de los rollos encontró la imagen histórica que tituló Las mujeres de X’oyep, fotografía con la que hizo historia: el periódico La Jornada rompió con su diseño de portada y desplegó en toda su primera plana la imagen de la pedrana ejerciendo presión contra el militar; hizo visible a la mujer tsotsil en el conflicto del EZLN contra el Ejército Mexicano; se volvió un ícono y una de las más importantes en la historia del fotoperiodismo.
Es una de las imágenes más reproducidas en portadas de revistas, documentales, pósters, playeras y apareció en las protestas en México y el mundo para apoyar el movimiento zapatista o rechazar la presencia del Ejército Mexicano en Chiapas.
Las mujeres de X’oyep fue premiada en la Tercera Bienal de Fotoperiodismo de 1998 y ese mismo año ganó el Premio Internacional de Periodismo Rey de España por la mejor imagen noticiosa internacional. (Jubacu).
                                    

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